lunes, 27 de agosto de 2012

Reflejos

para Fuensanta, por dejarse ver, por dejar que me vea

La RAE define el verbo reflejar de seis maneras, pero son dos las que se acercan a lo que yo quiero decir: 1. tr. Formarse en una superficie lisa y brillante, como el agua, un espejo, etc., la imagen de algo. y 2. tr. Dicho de una cosa: Dejarse ver en otra. Y yo diría algo similar para una persona: Aprender a reconocerse en otra.

Es quizá esto lo que nos sucede siempre que estamos con alguien más, aunque rara vez nos demos cuenta. Somos a la vez espejo y reflejo, reflejo y espejo, y si abrimos los ojos -de afuera y de adentro- podremos identificarnos y, con un poco de suerte, aceptar quienes somos.

Ayer una antigua compañera de clase, amiga presente hoy, y yo nos fuimos de expedición, una suerte de búsqueda de un monte análogo. Recorrimos fragmentos de nuestras historias desde que hace más de 30 años dejamos de estar en la misma escuela: yo me quedé en la que había estado desde primero de kínder y ella se fue a terminar la prepa en otro lugar. Recuerdo cómo la admiré entonces y, casi inconscientemente, deseaba haber cambiado también mi propio rumbo. Hoy, tres décadas después, nuestros rumbos se vuelven a cruzar y con ellos los reflejos de sueños, alegrías, remordimientos, penas, de entonces y de ahora.

Entre sombras y destellos constatamos que nuestros rasgos no son defectos: Desfile de padres, parejas e hijos, hermanos, entrelazados con carreras, trabajos, miedos, al son de una cerveza y desnudos de mujeres, restos de dolor de cabeza, humo de un cigarro y promesas de contacto continuado. Que así sea...

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