miércoles, 11 de septiembre de 2013

11 de septiembre


Hace 40 años yo tenía 10 y como dice mi amiga Berna, que diría Rigoberta Menchú, aún no me había nacido la conciencia. Eso sí, recuerdo con bastante claridad esa noche, hace cuatro décadas, cuando mi padre se negó rotundo a asistir a una cena en casa de su mejor amigo donde estaban "de celebración". Aún se me enchina la piel y me resuena su voz muy adentro, grave y entrecortada por la muerte de Salvador Allende. Supongo que ahí se me empezó a asomar la conciencia, con una mezcla de tristeza, enojo y admiración. Aquella amistad de mi padre no se acabó, otra enseñanza supongo, aunque sus límites quedaron bien definidos.

Unos cinco años después, más o menos, una compañera hizo una presentación en la escuela sobre el golpe de estado en Chile, quizá en otro septiembre. Yo me escapé de clase para asistir - ella iba en otro salón y no me habrían dado permiso. Yo por nada me la iba a perder; el riesgo me importaba poco. Todavía se me anuda la garganta. Varias décadas después reencontré a Fuen y retomamos la que había sido una amistad apenas imaginada, compartiendo los recuerdos de aquel momento y un tequila.

Y en el 2001, cuando el Santiago tenía apenas cinco años y no iniciaba siquiera la primaria, se sumó otro acontecimiento más a la misma fecha, el 9/11. Me parece también que puedo respirar aún esa nube de polvo que quedó en el lugar de las Torres Gemelas, evento que tantos atestiguamos, incrédulos, en la televisión. ¿Así es el mundo adonde traje a mi hijo?, me pregunté sin palabras. Aún no me respondo.

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