domingo, 16 de febrero de 2014

Carta de amor 3


…cause the sweetest kiss i ever got is the one i´ve never tasted…

Nuestro primer beso se quedó flotando en un pasillo de tren en una estación barcelonesa. Ya no recuerdo el  nombre de la estación, ni del tren. Perdona, amor. Pero recupero el tuyo, tu nombre, un poco cada día.

Ese primer beso que no me diste me lo cuentas hoy y es como si me lo dieras, un poco cada día, mientras repites bajito mi nombre, otra vez. Pensé que lo habrías olvidado. Temía que me hubieras olvidado. Apenas me atrevía a imaginar que no.

Quizá fue aquel beso, cuyo sabor se nos quedó en la boca sin saberlo, sin buscarlo, un hilo silente que nos mantuvo unidos a lo largo de una vida de distancia, no de distanciamiento. Quizá estuvo en los besos que nos dieron otros labios, sin que lo supiéramos, sin que lo buscáramos.

Ese beso se mezcló con la culpa enorme que sentí tras dejarte. Y así salvó el amor. Yo no lo sabía; lo suponía apenas. Ese beso se entretejió con tu tristeza. Y así salvó el amor. Tú sí lo sabías. Gracias, cariño.

Hoy estamos a unos cuantos meses, si no me fallan los cálculos, del aniversario 31 de ese primer beso no dado, un suspiro que nos sigue siempre como la estela a los viajeros, un ángel que marca los compases silenciosos de este reencuentro nuestro.

Hay algo más que este beso me regala a tres décadas y pico de habernos conocido. No te lo había confesado. Hoy te lo digo, como antesala del encuentro dulce y prolongado que ambos anhelamos.
Yo no me había contado bien mis historias de amor. Omití siempre, hasta hoy, la primera. La nuestra. Por vergüenza, por miedo. Por el dolor de habernos arrancado el uno del otro. Entonces preferí situar el primer amor después de ti.

El beso se me quedó dormido como un soplo en el corazón. Me lancé a otros brazos, demasiados quizá. Me perdí para olvidar y olvidé. Eso creí.

Me asustó tanto saber que era capaz de hacer tanto daño, aun sin querer, que preferí dejar de pensarte. Me limpié las lágrimas y seguí el camino. Eso pensé. Pero ahí estaba esa tela invisible que nos unía con un océano de por medio. Tú lo sabías; yo, aún no.

Entonces, ya sin miedo, te busqué, tres décadas después de habernos separado, 18 años después de habernos visto una única fugaz triste ocasión. Y en la soledad del ruido, te encontré de nuevo. Me encuentro de nuevo en ti.

El soplo despertó y se hizo beso otra vez. Me recordó que eras tú mi primera historia de amor, fuente, quizá, de las demás. Y tú seguías amándome, cuidando ese beso hilo silente tela entre nuestras dos orillas, rozadas por el mismo sol, por la misma luna.

Hoy aquel beso de pasillo de estación de tren se posa por fin en su hogar, tu boca y la mía.  Y nosotros nos perdemos en el juego de labios anhelantes, nos recuperamos más allá, mucho más allá, y a pesar de todo…

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