miércoles, 21 de marzo de 2018

Malentendido


Antier llevé a mi hijo a la estación de camiones. Iba de regreso a México.

Me pidió que estacionara el coche y lo acompañara, pues faltaban 10 minutos para que saliera su transporte. Imposible. Había muchísimo tráfico y ningún espacio para dejar el auto.

No hubo más remedio que acercarme a la entrada de la terminal y orillarme, como hacen muchos, para que se bajara, con todo y su equipaje (mínimo).

Enfrente de mí, había un auto haciendo lo mismo. Una señora bajaba varios bultos de la cajuela y los iba amontonando en la banqueta. Se veía que iba a tardar un rato, el mismo que yo tendría que esperar hasta que ese coche se moviera y pudiera yo circular.

Para facilitar la salida de Santiago y podernos despedir, tomé mi bolso y lo recargué sobre el volante. Sin querer, toqué el claxon. De inmediato, el chofer del auto de enfrente empezó a manotear furioso y a decirme cosas que no alcancé a escuchar. Yo a mi vez intenté disculparme y explicarle que el claxonazo había sido un accidente, que no tenía intención ni de apresurarlo ni de molestarlo, que estaba yo en una situación similar...

Inútil afán.

Pasados unos minutos, cuando su mujer y su hijo (supongo) ya estaban en la estación, arrancó. Yo arranqué detrás de él, sintiéndome culpable y apenada. Él probablemente seguía enojado (como me habría sentido yo si alguien me hubiera tocado a mí el claxon.)

Y me quedé pensando cuántas veces sucede que reaccionamos a algún estímulo de manera automática sin darnos un espacio mínimo para intentar ver la situación desde otro ángulo. Y entonces juzgamos, nos peleamos y llegamos incluso a matarnos unos a otros.

domingo, 18 de marzo de 2018

Pasatiempo


1. m. Actividad de diversión o entretenimiento en que se ocupa un rato de ocio.

La cosa se pone más interesante con "ocio":

Del lat. otium.
1. m. Cesación del trabajoinacción o total omisión de la actividad.
2. m. Tiempo libre de una persona.
3. m. Diversión u ocupación reposadaespecialmente en obras de ingenioporque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas.
4. m. pl. Obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones.

Y sí, daría para muchísimos comentarios, aun libros, hablar de esto, sobre todo en pleno siglo XXI. Pero dejémoslo para otra ocasión.

Hoy solo diré que uno de mis pasatiempos favoritos es acompañarte cuando ves un partido de futbol, sobre todo de la liga inglesa (más si uno de los cronistas es escocés): Tú, sentado en el sofá de la sala, con una o dos gatas a los lados. Yo, sentada en la mesa del comedor coloreando un mandala o mi libro para iluminar.

De futbol entiendo poco, menos en inglés, aunque me gusta cómo suena. Colorear me relaja.

Y tenerte cerca, un ratito, cada dos semanas o así, es mucho más que diversión o entretenimiento o inacción o tiempo libre. Es como robarle a la vida un trozo del ayer, mientras acabo de acostumbrarme al hoy.



 


jueves, 15 de marzo de 2018

De tortillas y preguntas


Ayer fui a comprar tortillas, aprovechando que tenía sesión con una pareja y el changarrito donde las hacen está frente a mi consultorio. Doña Mago, que ha visitado este blog aquí y acá, es quien suele estar al pie del comal. Pero ayer, no. En su lugar, una chica más joven estaba al mando de las gorditas, las quesadillas y familia. Como yo tenía el tiempo justo, me limité a encargarle dos docenas. Pasaría a recogerlas una hora después, le dije. Accedió.

Cuando volví, me dijo que aún no las hacía, porque había sacado unos pedidos. Le dije que la esperaría y que me hiciera solo una docena. Y me senté a verla trabajar.

Entonces empezó a hacer bolitas de masa, aplastarlas en la máquina para hacer tortillas y colocarlas sobre el comal. ¿Cómo sabrá cuando están cocidas?, me pregunté (temiendo que no le quedaran tan buenas como a doña Mago). Mientras aplastaba más bolitas, iba volteando las que estaban sobre el comal. A veces las dejaba un rato más del mismo lado.

Y entonces, la magia: Cada circunferencia de masa empezó a inflarse y diferenciarse en un reverso y un anverso. ¿Cómo se sabe cuál será el derecho y cuál el revés? ¿Cómo hace el aire para meterse por el medio y transformar la masa en lo en algunos lugares llaman "sapos" (tortillas infladas)? ¿O será el aire mismo que tiene la masa dentro? ¿Por qué un lado (el revés) es más grueso que el otro (el derecho, que es como un piel delgada, casi transparente, de maíz)?

Y la chica, cuyo nombre no alcancé a averiguar, colocaba las tortillas más cocidas encima de las más crudas y el peso las ayudaba, paradójicamente, a inflarse. Creo. (Algún físico tendría explicaciones mucho más precisas, seguro.)

Y entonces llegó una señora mayor, chaparrita, clienta de doña Mago, pues preguntó por ella (todos en la zona la conocemos) y ordenó una gordita de chales. Pero la chica seguía haciendo mis tortillas. Y entonces un montón de 3 o 4 tortillas empezó a deslizarse por el comal, impulsado por el aire y el calor, y llegó a la orilla, donde hubiera caído, a no ser por el dedo oportuno de la clienta que esperaba su gordita.

Ni las ha pagado y ya que se quieren ir, broméo la tortillera. Sí, ¿verdad?, le contesté yo. Y entonces aproveché para preguntarle por doña Mago. Está de vacaciones. (Muy merecidas, comentó otro cliente recién llegado.) Volverá en una semana y media o dos.

Para entonces, mis tortillas ya estaban listas. ¿Va a querer la otra docena? La próxima vez, gracias.

Y la mujer empezó a meter las tortillas, ardientes, en una bolsa.

¿No tiene papel? Se me olvidó mi trapo. No. Pero le voy a poner una servilleta. ¿Para que no se pegue la bolsa? No, para que usted no se queme.

Y en efecto, con todo y servilleta, si no ha sido por otra bolsa que llevaba con mis cosas y que usé para sostenerlas, las tortillas posiblemente habrían acabado en el suelo.

Llegando a casa, saqué las tortillas de la bolsa y las fui separando, deshaciendo el montón original y haciendo uno nuevo. (Como todo mexicano sabe, y yo aprendí gracias a mi tía Olga o a mi abuela Rosa o a ambas, si no las despegas cuando aún están calientes, recién llegadas, después será imposible y acabarán hechas pedazos.)

Para terminar, me preparé una de las tortillas, aún muy caliente, con mantequilla y sal
y la hice taco.
Deliciosa.
Y me olvidé de todas las preguntas sobre su origen.
Hasta la próxima vez.

domingo, 4 de marzo de 2018

Tiempo de jacarandas


Como cada año.
Comienzan tímidas en febrero (y a mí me da por pensar que así se quedarán).
Y luego llega marzo y los manchones morados invaden la ciudad.
Y vendrá abril. Y seguirán. Y habrá alfombras de flores en las calles.

Y me sorprende, cuando les pregunto a mis alumnos si han visto las jacarandas, que me respondan con otra pregunta: «¿Qué son jacarandas?»
Pobres, pienso, nadie se las ha enseñado.

Y me sorprende que una de mis compañeras de trabajo las odie porque le dan alergia.
«¿Cómo se puede odiar algo tan bello?», me pregunto.

Y averiguo que así, con el acento en la penúltima sílaba, se les llama en México, en Honduras y en El Salvador. Que en los demás países son agudas: jacarandás, del guaraní, yacarandá.




Y aquí una de las primeras que atrapé este año en el espejo 
retrovisor de mi Antuanito.



Y acá, al fondo, en la barranca al final de los edificios donde vivo, ese manchón morado inconfundible.









Y esta, entre cables, afuera de mi consultorio.






Y recuerdo que fue Tatsugoro Matsumoto, uno de los primeros inmigrantes japoneses que llegaron a América Latina (al Perú, primero, y luego a México), quien las introdujo en nuestro país. Y lo gugleo y me entero, también, de que la idea original era llenar la Ciudad de México de flores de cerezo, como se había logrado en Washington con los 3 mil árboles de cerezo que, a principios del siglo pasado, les regaló el alcalde de Tokio, Yukio Ozaki.

Pero Matsumoto advirtió que eso no pasaría en la capital mexicana, pues acá no había el cambio brusco de temperatura entre el invierno y la primavera que necesita el cerezo para florear. Y entonces sugirió las jacarandas (que él había traído de Brasil y reproducido en sus viveros). Este árbol, dijo, tendría las condiciones climatológicas adecuadas para florecer al princpio de la primavera y sus flores, dijo también, durarían más dada la ausencia de lluvia en la Ciudad de México en esa época. Y así fue. Los árboles morados se adaptaron tan bien que ahora se consideran flora nativa.


Y a mí, además, me han acompañado en diversas momentos.
De amor.
Y de desamor.
Como esta, que hoy cuelga en un muro de mi casa.
Pintada hace 21 años.
Mi regalo en mi primer cumpleaños ya con Santiago a mi lado.


Para mi más claro amor, su jacaranda en flor.

jueves, 1 de marzo de 2018

Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché











Renacimiento e impermanencia

El renacimiento sucede a cada momento, en cada instante. Cada instante es muerte; cada instante es nacimiento. Es un proceso cambiante; no hay nada a que aferrarnos; todo está cambiando. Pero hay cierta continuidad: el cambio es continuidad. La impermanencia del renacimiento es su continuidad. 


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.